Saturday, September 17, 2005
Friday, September 16, 2005
Tuesday, September 13, 2005
DUO
LA EVALUACIÓN DE IMÁGENES
La evaluación de imágenes, pictóricas o fotográficas, es un proceso mental al que nos entregamos gustosos todos los amantes del arte y, en particular, todos los fotógrafos. Por lo general se trata de un acto que se realiza más o menos inconscientemente y en un brevísimo tiempo, lo cual puede dar la falsa impresión que detrás de él no existen fundamentos sólidos, basados en principios racionales, estéticos o emocionales, como aquellos que parecen propios de otras actividades intelectuales desarrolladas por el ser humano. El propósito de este artículo es el de precisar que tales fundamentos existen, para luego resumirlos y clarificarlos, de modo que ellos estén siempre presentes en el espíritu de todo fotógrafo, no sólo en la ocasión de evaluar obras propias o ajenas, sino que también, y muy especialmente, en el instante fotográfico, aquel mágico momento en el cual éste crea o captura aquellas imágenes con las cuales intenta registrar un acontecimiento de su vida, de la vida de los que ama, o bien dar curso a la inquietud artística que enriquece su existencia. Comencemos pues...
Los estudiosos de este tema han llegado a la conclusión que el proceso intelectual que determina la mayor o menor aceptación que un observador manifiesta por una imagen, está basado en el análisis, casi inconsciente y automático, de tres factores, altamente subjetivos, que se refieren a cualidades estéticas, informativas y emocionales, que él percibe o relaciona con ella.
Las cualidades estéticas están ligadas al grado de belleza que el observador advierte en la obra; el factor informativo, a la novedad descubierta en el tema o en su tratamiento, y el factor emocional, a los sentimientos que ella despierta y a las evocaciones que suscita. Examinemos cada uno por separado:
El factor estético
La Belleza es un concepto profundamente enraizado dentro del acerbo genético del ser humano; el placer que provoca su descubrimiento revela la magnitud de la necesidad que de ella se tiene y también el valor que se otorga a su captura y posesión. Por crearla, alcanzarla y poseerla se ha esforzado el hombre a lo largo de los siglos, y los fotógrafos no somos ajenos a ello; vivimos en un mundo complejo y cambiante, del cual procuramos extraer la elusiva y efímera belleza que la naturaleza nos oculta y ofrece, o bien buscamos construirla con la mente y luego con las manos, para aprisionarla en el tiempo. No me atreveré a intentar definirla en este momento, pues lo creería algo presuntuoso de mi parte; prefiero pensar que todos los fotógrafos, privilegiados entre los seres humanos por su capacidad de reconocerla, saben identificarla cuando la encuentran, quizá porque, como escribió E.C. en El Mercurio, “a todos nos hace latir más rápido el corazón”.
En todo caso, sí me atreveré a mencionar algunos factores que parecen determinarla:
* Una adecuada distribución, dentro del espacio concedido a la imagen, de las líneas y formas que la constituyen.
* Una elevada relación armónica entre las formas y los colores que la componen.
* Una gran simetría, mas no monótona, con simplicidad no exenta de complejidad pero reconocible, que permita identificar con precisión las formas y sus mutuas relaciones, que otorgan equilibrio al conjunto.
* Una distribución de las líneas, formas y colores, tal que su lectura haga danzar los ojos con un ritmo placentero.
Con frecuencia se asocia la Belleza con el orden y la armonía general del universo, con el Bien y hasta con el concepto de Dios - ¡así de importante es! - y es por ello que admiramos a quienes poseen el don de intuirla, de encontrarla, de producirla y de capturarla para nuestro deleite. ¡Todos quisiéramos tener el alma sintonizada con ella! ¡A todos nos atrae! Personalmente valoro muchísimo la belleza en una obra de arte, fotográfica o de cualquier otro tipo, pero sé que ello no basta para asegurar su éxito y atractivo; siempre es deseable que las imágenes incluyan el más alto contenido informativo y emotivo posible, de manera que, al gozo estético, se sumen otros factores que hagan más completo el deleite y la fascinación que ellas nos provocan.
El factor informacional
La información es otra “cosa” que el ser humano busca con ahínco, lo cual revela, al igual que sucede con la belleza, la enorme necesidad que de ella tiene; quizá hasta la belleza no sea sino que una forma ideal de presentar información a la mente del hombre. Pero, ¿qué es la información? Una vez más debo decir lo siento, pero tampoco me atrevo a intentar definirla, menos en pocas líneas. Como todas las cosas esenciales en este universo, resulta dificilísimo o imposible dar una definición simple de este trascendental concepto y por ello lo evitaré, limitándome a tratar de aclarar algunos de los factores de los cuales depende y sólo de forma circunscrita al tema que nos ocupa.
La información es algo que puede medirse y la cantidad contenida en una imagen está determinada por el grado de novedad que el observador descubre en ella, tanto en su contenido como en su presentación.
Por contenido, nos referimos al tema, y de su rareza depende el grado de novedad que nos ofrece la obra; por ejemplo, el grado de novedad es mayor cuando una imagen muestra lugares exóticos, lejanos o de difícil acceso y por ende poco conocidos; cuando nos muestra personas o animales no comunes en nuestro medio habitual, o personas muy bellas (y por lo tanto raras) o desnudas (raro aún en nuestros tiempos) o de rostro interesante por lo expresivo o por las marcas que han dejado en él toda una vida de experiencias y el paso de los años.
La rareza del tema también aumenta cuando la imagen ha sido lograda en horas o situaciones que muestran la realidad como no es común que se la vea, por ejemplo, de madrugada o de noche, bajo la lluvia o la niebla, en medio de ceremonias o de fiestas poco frecuentes; note que la cantidad de información puede llegar a ser altísima si el fotógrafo logra capturar un instante singular, de interés relevante, de entre los millones que podrían constituir la existencia de un aspecto de la realidad; al respecto no se debe olvidar que la captura fiel de un breve instante de la realidad es una de las facetas más distintivas de la técnica fotográfica y la que mejor marca su diferencia con las demás artes visuales. Aprecio grandemente a los fotógrafos que poseen la habilidad de reaccionar con presteza ante situaciones que ofrecen la posibilidad de capturar una gran imagen logrando controlar, en forma simultánea, todos los factores que permiten aproximarse a la excelencia técnica y compositiva.
La complejidad aporta también una buena cuota al contenido informativo de una imagen, pero sólo si no destruye su unidad ni provoca confusión, es decir, será muy útil cuando facilite la comprensión del “mensaje” principal; para ello se debe lograr que los elementos esenciales de la fotografía cooperen coherentemente a la idea central, casi por redundancia, mientras que, al mismo tiempo, se reduce o elimina aquellos otros que sólo generan ambigüedad, distracción o confusión (disminución del “ruido” en la imagen). Recuerde que la redundancia implica la repetición de líneas, de formas, de símbolos, de gestos, de ideas o de situaciones que insisten en el mismo “mensaje” pero con variantes, para no aburrir. He puesto la palabra mensaje entre comillas para diferenciarla de aquella a la que estamos habituados y para destacar que no se trata de que el fotógrafo “diga” algo racional a través de su obra, sino que logre transmitir una impresión, una emoción, un estado de ánimo o, simplemente que logre producir placer estético en el observador.
Una imagen simple es fácil de componer y de “leer” pero, por lo mismo, su examen no retiene largo tiempo al observador, cuya mente, tras extraer rápida y completamente todo lo que ella puede darle, dirige su atención en otro sentido, sin siquiera volver a experimentar la necesidad de examinarla otra vez. En este sentido, la fotografía ideal podría ser aquella que no cuenta todo de inmediato sino que incita al observador a formularse interrogantes y a buscar, en ella misma, las respuestas, una y otra vez, o quizás a tratar de imaginar desenlaces y continuaciones, tal y como un buen cuento hace.
Por desgracia, las imágenes complejas pero limpias no son fácilmente encontrables; siempre es más fácil fabricarlas, aunque con mucho más dificultad logística que la requerida por un pintor o dibujante para crear su obra.
Pudiera ser que el tema no fuese tan raro, pero sí su tratamiento; se sabe bien que una de las cualidades que aporta más encanto a una fotografía es su capacidad de recrear lo que de por sí ella no puede tener, es decir, el volumen o la profundidad, el movimiento y hasta el sonido. Varias son las técnicas que puede poner en obra un fotógrafo hábil para incrementar la información que recibirá el observador por este concepto, por ejemplo, mediante el control de la perspectiva en sus diversas formas (aérea, de posición, a través del control de la profundidad de campo, etc.); mediante una iluminación adecuada y/o la modificación de la distancia focal del objetivo empleado mientras se obtura, a través el movimiento controlado de la cámara, etc..
Conocido es también que el empleo de perspectivas o colores a los cuales no se está acostumbrado puede conducir a imágenes diferentes e impactantes; quisiera recordarles aquí aquellos ángulos de toma llamados “mirada de pájaro” y “mirada de hormiga”, o también el efecto compresor de los potentes teleobjetivos, el efecto expansor de los lentes gran angulares, o el otro mundo al que dan acceso los objetivos para fotomacrografía y los irreales colores o saturaciones que produce el empleo de filtros polarizadores, coloreados y otros.
Sin duda que se puede magnificar la rareza del producto, falseando los colores; el falseo más “natural” pero impactante lo provee quizás el filtro polarizador, pero también es posible ir mucho más allá, por ejemplo, imprimiendo una diapositiva en proceso negativo o solarizando la copia, haciendo montajes de dos o más imágenes o de una y un film coloreado.
Las técnicas para aumentar el valor informativo parecen ser infinitas, tanto en color como en blanco y negro: fotografiar con exposiciones múltiples, con flash disparado tan pronto como se desliza la primera cortina del obturador, o justo antes que opere la segunda; haciendo montajes con dos imágenes o con una y un film coloreado; asimismo se puede copiar una imagen o parte de ella, se puede copiar dos o más sobre un mismo papel o diapositiva; se puede...se puede...se puede hacer casi cualquier cosa para impresionar con ello, pero no hay que perder de vista que una buena fotografía rara vez requiere de un drástico tratamiento para realzarla. La idea de la manipulación exagerada siempre pretende salvar imágenes mediocres o de crear, con dos mediocres, una aceptable, lo cual a veces se logra pero, por lo general, tras la primera impresión, el tiempo y la observación calmada hacen retornar a su oscuro lugar lo que brilló, con efímera luz, ante los encandilados ojos de un sorprendido observador.
Si se examina la obra de los grandes maestros, se advierte que ellos son muy fieles a la esencia del arte fotográfico.
Es indudable que el futuro enfrentará a los observadores con situaciones mucho más complejas. La manipulación digital de imágenes producirá modificaciones tan profundas, significativas e irreconocibles como tales, que será casi imposible darse cuenta que ya no es una fotografía la que se tiene delante, sino que algo distinto, quizá hasta una nueva forma de arte, cuyo concepto está aún por ser definido. Sólo los propios fotógrafos sabrán si están haciendo fotografía o no,... casi como ahora.
Y algo más, lo último sobre este punto, un poco como palabras de advertencia: es cierto que la cantidad de información contenida por una imagen es tanto mayor cuanto más novedosa es para un observador en particular, pero ello no implica, necesariamente, que por eso contará en forma automática con su aprecio, pues pudiera ser que dicha obra contuviese más novedad de la que es capaz de manejar la mente de esa persona y así, puede que a ella no le “llegue”, al menos de inmediato. Es bueno tener presente que para todo observador existe, en una imagen exitosa para sus ojos, un adecuado equilibrio entre lo conocido y lo nuevo, entre su acerbo informativo propio (su grado cultural al respecto) y lo que le aporta adicionalmente la obra; dicho adecuado balance es muy personal y evolutivo.
El factor emocional
Este es el factor que crea rechazos o amores a primera vista; el que puede dar origen a pasiones que obnubilan, no dejando ver lo obvio. Puede llegar a ser el que más influencia tenga en el juicio de un fotógrafo sobre sus propias obras porque, al fin y al cabo, sólo él recuerda, además de la impresión visual, ya sea los aromas que había en ese bosque en el que tomó la fotografía, o bien las palpitaciones de su corazón cuando veía a esa mujer en el visor de su cámara pero, sin duda, es también un factor muy importante para desarrollar un juicio sobre cualquier obra ajena. Es en este factor en el cual se apoya un fotógrafo sensible para conmover los espíritus y es él, también, quien ha hecho la fama de muchas imágenes geniales.
Sin duda que es una multitud de experiencias emocionales, íntimamente ligadas a la vida del observador, la que da forma a este factor y son esas experiencias las que dan origen a temas preferidos, de los cuales, aparte de aquellos que los publicistas han identificado como claves del éxito (las mujeres, los niños y los animales, no sé sí en ese orden...) existen otros innumerables, que cada uno puede encontrar dentro de sí mismo, tras un rápido autoexamen de espíritu.
Puede que, por depender fuertemente de la propia vida y sensibilidad artística y humana de cada cual, este último sea el factor más subjetivo y subconsciente de los tres que hemos considerado pero no se debe olvidar tampoco, para evaluar su real peso en nuestras impresiones, que tanto o más propio de cada uno es el bagaje cultural que nos acompaña y que, conjuntamente con el anterior, determina nuestros juicios y valoraciones, no sólo en lo que respecta a la evaluación de fotografías; así pues, es en realidad el todo, es decir, el equilibrio de todos los factores considerados, lo que nos lleva al juicio sobre una imagen. Como se comprende, el resultado final es bastante subjetivo y explica el porqué una fotografía o un procedimiento técnico que es interesante, atractivo o novedoso para unos, podría ser muy común y soso para otros; también es la causa que justifica que aquello a lo que uno le otorga valor en una imagen sea, para otro, digno de puntos en contra. Adicionalmente, los pareceres evolucionan con el tiempo y el lugar, de tal manera que lo que pudo provocar mucho interés ayer, ya no lo produce hoy y lo que impresiona aquí, puede dejar fríos a los de más allá.
Llegando ya al fin de estas páginas no deseo dejar la impresión que la evaluación de fotografías es algo demasiado subjetivo; para atemperar el asunto es conveniente recordar que todos compartimos una cultura de base similar, lo cual suaviza las diferencias de opinión. Se podrá tener discrepancias pero nunca andaremos tan separados; las fotos buenas lo serán siempre, y las malas, bueno, las malas serán lo que son.
Osvaldo González Rojas
E.F.CH.F - A.FIAP